Claromecosas | Los personajes de la playa
- Radio Comunidad Claromecó
- 4 may 2019
- 4 Min. de lectura
Mientras tomamos sol y disfrutamos de la playa, somos visitados por estos personajes que le agregan color a nuestras vacaciones.
Por Valentino Vitolla.

El primer día de playa de nuestras vacaciones siempre es inolvidable. Desde que salimos de nuestros hospedajes, sensaciones como felicidad, entusiasmo y las ganas de tocar la arena y el agua con los pies descalzos suelen aparecer para palpitar lo que va a ser un hermoso día. Bajar desde la costanera de Claromecó llenos de protector solar, con las reposeras, los juegos de los nenes y la sombrilla, sumados a la arena seca que nos quema los pies, es realmente un desafío.
Ya instalados, comenzamos a tranquilizarnos y a disfrutar de todo lo que la playa nos regala, como bañarnos en el mar, jugar al tejo o a esos partidos interminables de fútbol-tenis. Sin embargo, los primeros días pasamos por alto una parte pintoresca de todo este escenario, que ya forma parte de la identidad y esencia de nuestro balneario: Los vendedores ambulantes.

Si alguna vez estás viendo el cielo, y se te cruza una nave espacial, un águila, un cohete o un perro, no te asustes, no estás delirando. Son los barriletes que vende Laura, una agradable mujer con una sonrisa contagiosa que recorre la playa remontando las cometas, para que niños, niñas y adultos la vean llegar desde lejos. El barrilete es un juguete que a los más grandes les trae recuerdos de lo que fue su infancia, y que a los más chicos se les hace una actividad súper divertida y desafiante, ya que rompe con la tecnología y las costumbres actuales. Claromecó se caracteriza por la intensidad de sus vientos, por lo que una vendedora de barriletes es un gran acierto. Laura es la encargada de vender este juguete que utiliza toda la familia, y que decora día tras día el cielo de nuestra localidad. Diseños coloridos y con diferentes formas y motivos, son los que ofrece, los cuales crean una gran alternativa de diversión.
El verano nos permite tomarnos algunos permitidos en cuanto a lo que comemos. Los churros son por excelencia, uno de esos gustos que nos damos cuando estamos en la playa. Nuestra localidad tiene muy buenas churrerías, pero son los churreros que con sus canastas nos acercan estas exquisiteces a la playa, haciéndolo de maneras divertidas y tentadoras, venciendo con su marketing casero hasta a la persona más perseverante en su dieta. El mejor ejemplo de esta modalidad de venta es Daniel, que con su fuerte y reconocible voz transmite una gran alegría que luego se ve plasmada en sus ventas. Se lo conoce como el “churrero contento”, que con su famoso grito de presentación “¿Y cómo se pone el churrero?... ¡Se pone contento!” se gana el cariño de los niños y la casi obligada compra de sus padres.
No sé si a ustedes les pasa, pero cuando escucho la melodía “Para Elisa” de Beethoven, en vez de pensar en teatros, me dan ganas de correr como cuando era un niño hacia el autito del Pochoclero. Este personaje que divide las tareas con la madre de sus hijos, transita las playas con un arenero de caños que en su parte trasera tiene la máquina y exhibidora de pochoclos y garrapiñadas. Aunque a algunos adultos les resulta fastidiosa la música, me quedo con la definición que me dio un turista, el cual lo comparó con el maté: “Las primeras veces te resulta amargo, pero después cuando estás en la playa y no lo tenés, sentís que te falta algo”. Su sonido es inconfundible, y es el que avisa desde lejos que el Pochoclero está llegando. Es aquí, cuando los chicos comienzan las batallas con sus padres en busca de obtener el billete necesario para llegar al premio mayor: los riquísimos pochoclos y garrapiñadas.

Por último nos encontramos con los vendedores senegaleses. Su color de piel, sus ropas coloridas, la pila enorme de sombreros que llevan en su cabeza y las valijas de bijouterie, relojes y otras “chucherías”, los convierten en personajes fácilmente reconocibles. Con su sonrisa de dientes blancos como tarjeta de presentación, se acercan a los turistas a vender sus productos. En mi afán y curiosidad de saber un poco más de su vida y de cómo llegaron a la Argentina y a Claromecó, hace ya unas cuantas temporadas tuve el placer de charlar con uno de ellos. Quise saber su nombre y de dónde venía, y esperando a que me conteste con un nombre poco común y con un origen exótico, su respuesta me sorprendió: “Pepe de Chacarita”. Llegamos juntos a la conclusión de que era vecino mío de Buenos Aires, por lo que desde ahí comenzamos a crear una linda relación. La mayoría de los días Pepe pasaba por nuestra sombrilla, donde compartíamos breves charlas de fútbol o de su Senegal natal, que se veían interrumpidas porque debía seguir con su jornada laboral. Como él, la mayoría llegan a nuestro país en busca de una vida mejor, dejando atrás difíciles historias y a gran parte de sus familias. Cuando me hablaba de sus hijos, era inevitable que sus ojos se llenen de lágrimas. Son inmigrantes como nuestros abuelos, que vienen en busca de los mismos sueños y oportunidades que nuestro hermoso país y la gente les brindan. Admiro de ellos la manera en la que se aclimataron a la cultura argentina, ya que dominan bastante bien el idioma y su relación con el turista suele ser muy buena.
Como en todos los lugares del mundo y como en las películas, Claromecó tiene sus personajes, quienes aparecen y desaparecen como si se tratara de una obra de teatro, cuyo escenario es nuestra hermosa playa.
La chica del barrilete, el churrero, el Pochoclero o Pepe de Chacarita se ganaron el papel protagónico de esta edición de Claromecosas.
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