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Claromecosas | El Pasaje Delgado

Gracias al sueño de un inmigrante español, Claromecó ofrece la posibilidad de caminar por una callecita que nos traslada a Andalucía.


Por Valentino Vitolla



En Claromecó tenemos el placer de poseer una gran y diversa arquitectura. Chalets ochentosos, casas americanas, dúplex, algunos edificios. Casas con ladrillos a la vista, de colores clásicos y opacos, o de colores llamativos. Casas de cemento, de madera o de chapas.


Sin embargo, hay una cuadra en nuestro pueblo, la cual se destaca por sobre las demás por su gran belleza arquitectónica.


Un pedazo de su tierra natal. Una porción de su querida España. Un lugar donde se sienta en casa, donde recuerde su pasado, y donde pueda imaginarse, aquel niño que caminaba por las calles de Andalucía. Eso es lo que quiso hacer Bernardo Delgado, un inmigrante andaluz y residente en Tres Arroyos cuando por la década del ’30, fecha muy cercana a la fundación de Claromecó, creó el Pasaje que corta la Calle 7 y la Calle 9, conocido como “El Callejón”, aunque lleva el nombre de su creador.



Llevo a cabo el proyecto a la perfección. A simple vista se puede ver que cumplió su objetivo, recrear un pedazo de España en su tan querido Claromecó. En el año 1925 Bernardo adquirió los terrenos, donde años después comenzó con la construcción de la calle que hoy le da un toque de estilo europeo al centro de nuestro balneario. Ya con su sueño cumplido, comenzó con la venta de las casas, y según algunos descendientes de los primeros propetarios, lo hizo a un costo bajo, ya que su objetivo principal ya estaba hecho.

Casas muy parecidas entre sí, algunas en espejo. Las veredas angostas y la calle de reducidas dimensiones le otorga una distinción con respecto a las demás calles, y provoca en sus vecinos la necesidad de coordinar, turnarse y hasta conocer sus horarios para poder estacionar y acomodar sus vehículos. Algunas casas siguen con su fachada original, y otras fueron refaccionadas por sus actuales dueños, aunque sin cambiar ni opacar el legado de su creador. Una de ellas me llama la atención porque conserva los dinteles, postigos y aberturas de madera de quebracho labrado.


El emprendimiento, al momento de su construcción, no tenía casas a sus costados, por lo que estaba expuesto a los salvajes vientos acompañados de arena que llegaban desde la cercana playa. Por ello, creó un tipo de defensa con tamariscos y otras especies, que debido al posterior crecimiento de la villa balnearia, fueron desapareciendo.


Tuve el placer de poder hablar con la dueña de una de las casas de este pasaje, la arquitecta Paola Salerno. Su abuelo, a mediados de 1942, adquirió la casa en donde Paola pasó de chica veranos inolvidables, y donde hoy, los disfrutan sus hijas. “Veraneo en esa casa desde que nací, y aunque Claromecó ha cambiado mucho, el encanto del Callejón sigue intacto”.



Me cuenta que lo curioso de este lugar es que lo habitan las mismas familias desde que ella tiene memoria. “Uno se siente en una gran familia”. Como muestra de esto, agrega: “Recuerdo cuando era chica y se organizaban bailes entre todos los vecinos como festejo de año nuevo. Los carnavales y las guerras de bombitas de agua son capítulo aparte, atacábamos desde los balcones a los que pasaban por la calle. En mi infancia había muchos chicos en el pasaje, y nos juntábamos cuando el día no era de playa, o a la hora sagrada de la siesta de los mayores, para jugar y entretenernos.


Hace algunos años, el pasaje se hacía peatonal, donde se organizaban jornadas artísticas, y se lo denominó por muchos años “El Callejón de las Artes”. Mientras funcionó la Calesita de la Calle 9, el pasaje estaba musicalizado, ya que el sonido se amplificaba, escuchándose la música en todas las casas hasta el horario de cierre del lugar.


“Todos los vecinos estamos acostumbrados a su peculiar funcionamiento. A la noche se escucha el ruido del mar, creo yo porque su angostura aumenta el sonido. A la salida de los boliches bailables los adolescentes pasan conversando y cantando, y todos los vecinos escuchamos su alegría”.


Recomiendo visitar este lugar en las noches de paseo por el centro, o en las tardes de vueltas de la playa. Una placa conmemorativa ayuda a los desprevenidos turistas a conocer esta historia que sin dudas es parte de la identidad de Claromecó. Cámara de fotos, fundamental, como siempre digo, para poder guardar los recuerdos de este sueño de un simple inmigrante, que quiso compartir con todos nosotros, un pedazo del lugar que lo vio nacer.




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